– ¿Me dá V.
el nombre de esa señora?
–Doña Rosario
Oramas y Hernandez.
–¿Fueron sus
padres?
–D. Pablo Oramas
y Quevedo y Doña Andrea Hernandez Oramas.
–¿Su edad al
morir?
–Setenta y un
años.
–¿Nació en…?
–San Juan de
la Rambla.
–Ya vé V. si
había algo que anotar; no hay reliquias de más estimacion para un pueblo que
los restos da la que fué modelo de tan altas virtudes, ni monumento mas hermoso
que el de la gratitud y el aplauso.
–La plaza no
tiene nada de particular; á lo que se vé, por las noches sólo la ilumina un
farol.
–Ese farol lo
regaló Doña Rosario Oramas y de su cuenta corría encenderlo.
–La Iglesia
es bastante buena para el corto vecindario del pueblo; el dorado antiguo de sus
altares es notable y no deja de tener mérito su techo; aquel reloj árabe que
está á la derecha, ofrece novedad; el pavimento es excelente; las cortinas que
decoran los pilares, revestidos tal vez desde el sabado santo, son elegantes;
aquel cuadro de ánimas revela inteligencia en el pintor. Hola, el órgano es
una pieza de lujo. Ya sabe V. que no me ha pesado haber distraido este rato de
mis ocupaciones.
–¿Sabe V. á
quien se debe el reloj, el pavimento, las cortinas, el cuadro de ánimas, el
órgano y otras muchas cosas de las que posee este templo? Pues á la generosidad
de Doña Rosario Oramas. Sobre cuatrocientos pesos le costó embaldosar una nave;
sobre mil trescientos el órgano; todo de su peculio particular y siento no
poder precisar el importe de otros donativos v de otras reformas.
–Le digo á V.
que la Rambla debe perpetuar de algun modo el nombre de esa señora.
–A las ermitas
de los pagos de S. José y Sta. Catalina, tambien hizo importantes regalos.
–Lo anoto.
Por lo visto vamos á llegar al término del pueblo; me parece que aquello es el Calvario.
–Si, señor,
ese que está á la derecha de la carretera: lo costeó Doña Rosario, prestándole
el público algun pequeño auxilio.
–Por fin me
va V. á decir que hasta el cementerio, que está al lado, y que por lo que
descubro, es lo mejor del pueblo, tambien lo costeó, esa señora.
–Y no le
quede á V. duda; en parte, asi fué: la escalinata, los estanques que recojen el
agua, para regar las flores, los canapés y no recuerdo que otras cosas, se
hicieron á expensas de Doña Rosario Oramas: es más, ella era quien gratificaba
á la persona encargada de ese lugar santo.
–Vamos, que
ya habrán enganchado y deseo seguir mi escursion á Buenavista, pasando por Icod
y Garachico. Diga V.., me parece que siento música, ¿hay aqui alguna banda?
–Hay dos; el
instrumental de la mas antigua y el primer maestro que enseñó á los
aficionados, corrieron de cuenta de Doña Rosario Oramas, incluso atriles, faroles,
etc. Me parece que todo le importó sobre quinientos duros.
–Me explico
bien que el pueblo vista de luto por esa señora; es la manifestacion externa
del sentimiento que le ha producido su muerte. Pero ese luto desaparecerá
pronto. –V. que es de la localidad y que en ella tiene seguramente amigos,
influya para que no queden en el olvido las raras virtudes de Doña Rosario
Oramas: en campo más dilatado y con mayores recursos, hubiese hecho bastante
para que su nombre fuese una celebridad. Las obras del bien y los méritos de
la filantropía, valen mas para los pueblos que las glorias que reflejan sobre
ellos muchos genios. Haga V. por que siquiera un modesto mausoleo recuerde su
nombre en lo futuro y en lo presente lo dé á conocer á los forasteros: ese
mausoleo no sera el homenage rendido á la memoria de un nombre ilustre en las
ciencias, las artes ó la milicia, de esos á que da nuevo y mas brillante relieve
el trascurso de los siglos, pero San Juan de la Rambla debe grabar con letras
de oro y recordar con veneración el de la que le hizo tanto bien, el nombre de
Doña Rosario Oramas.
Mas que á
ella, que ya no necesita los efímeros lauros de la tierra, ese recuerdo honrará
á los que se lo consagren.
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Y así
concluía. Sin firma. Como habrán observado no se distinguían los tipógrafos por
su cuidado en la ortografía de los textos. Mucho hemos cambiado desde aquellos
tiempos del plomo. Afortunadamente.
A buen seguro
que nada nuevo he aportado a la historia del pueblo vecino. Pero debo confesar
una vez más que me puede cualquier periódico ‘viejo’ que caiga en mis manos. Y
desde 1889 hasta hoy han transcurrido bastantes abriles.
Hasta la
próxima.
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