jueves, 2 de agosto de 2012

Sendero turístico de la costa de Los Realejos

Hace aproximadamente un año que concluyó la realización de la primera fase del sendero turístico de la costa realejera. Abarca esta obra el tramo comprendido entre el Hotel Maritim y la urbanización Romántica II, contemplando dos bajadas a la sosegada y tranqui­la playa de Los Roques. Esta obra, realizada por el Ayunta­miento realejero, contó con la subvención de la Dirección Ge­neral de Medio Ambiente de la Consejería de Política Territo­rial.
Recorre este sendero el acan­tilado que conforma la playa an­teriormente citada y diariamen­te se observan, en uno y otro sentido, multitud de turistas que plácidamente disfrutan del pai­saje acariciados por la suave bri­sa marina y acompañados por el rumor de las olas de esa mar bra­va que combate ferozmente la multitud de callaos que invadie­ron estos contornos cuando, tiempo ha, a unas mentes prodi­giosas se les ocurrió la feliz idea de construir tres grandes moles, como intentando, en una lucha sin igual, retornar a sus orígenes, cuando la arena llegaba al ‘rozo’, como les gusta decir –así nos lo han comentado– a la gente del barrio.
Hagamos un alto en el cami­no, un descanso en nuestro pa­seo, para recordar a nuestro Ayuntamiento que es necesario un mínimo mantenimiento para la conservación del sendero. Es­calones que se estropean, palos (maderas) de las barandas de protección que están caídos, tarajales que necesitan ser podados –que no cortados ni arranca­dos– para facilitar el paso de la gente, conveniencia de colocar papeleras –hechas con madera para no atentar contra el paisaje–, ídem de dos o tres bancos del mismo material, son algunas de las cosas detec­tadas como fallos existentes, lue­go de haber funcionado durante un año.
El recorrido de este sendero turístico por el acantilado coste­ro, aparte de suponer un ameno trayecto por tan bellos parajes, puede igualmente servir de lec­ción, sobre todo de botánica, para estudiantes de la segunda eta­pa de EGB o BUP.
La franja costera canaria y, de forma especial, las costas del norte se hallan fuertemente in­fluenciadas por la brisa marina y, por lo tanto, en el ambiente es el componente salino el que constituirá el factor que limite el establecimiento de la vegetación. Por esta razón, existe una acen­tuada halofilia en los elementos florísticos distribuidos por la zona.
El acantilado que nos ocupa es de naturaleza basáltica. Al inicio del sendero desemboca en la pla­ya de callaos y frente a ella, los dos roques (Roque Grande y Roque Chico) que ofrecen un gran atractivo paisajístico. Debido a su antigüedad geológica han sido colonizados por numerosas espe­cies. Así, el Roque Grande luce con esplendor una respetable po­blación de cardones, tabaibas y bejeques.
En las pequeñas plataformas costeras, transición entre el acan­tilado y el mar, existe gran can­tidad de algas.
Dado que los acantilados po­seen suelo suficiente, se estable­ce en ellos una comunidad de matorrales entre los que encon­tramos siemprevivas, perejil de mar, margaritas, corazoncillos, vinagreras, tajinastes, ratoneras, esparragueras... Pero, sobre todo, se destacan las formacio­nes de tarajales, en particular en una de las bajadas a la playa.
Los cañaverales abundan igualmente, con clara tendencia a ocupar los pocos terrenos que estaban destinados al cultivo y que, ahora, se encuentran aban­donados.
Tenemos conocimiento de que un grupo de profesores del Co­legio Público Mencey Bentor de la Cruz Santa ha realizado un gran trabajo acerca de esta ruta, habiendo elaborado, a pie de te­rreno y en múltiples visitas, el cuaderno del alumno y la guía del profesor, de lo que constitu­ye una ejemplar lección de Na­turaleza, complementado todo ello con un vídeo y otro material, con lo que han logrado sacar la escuela de las clásicas cuatro pa­redes, inculcando en los jóvenes una actitud de respeto y consi­deración hacia cuanto nos rodea.
Vaya nuestra felicitación a to­dos los que han hecho posible esa maravillosa realidad y les animamos a que sigan en ese ca­mino que se han trazado.
Creemos que la Consejería de Educación tendría que mojarse en estas experiencias, potencián­dolas y dando toda clase de fa­cilidades a estos colectivos de profesores, porque, a buen segu­ro, que de su resultado se verán beneficiados cantidad de alumnos. Estaremos, así, dando un nuevo enfoque y una nueva vi­sión de los métodos educativos, tan faltos, la mayoría de las ve­ces, de alicientes para el alum­nado.
Para terminar, humildemente, desde estas líneas, nos permiti­mos alzar la voz ante los orga­nismos pertinentes –Ayunta­miento, Cabildo, Consejería de Política Territorial– para que, de una vez por todas, de una ma­nera real y efectiva, se lancen a una decidida política de conser­vación de los pocos y bellos pa­rajes que aún nos restan. Pero que no quede todo en el frío pa­pel, mientras cerramos los ojos ante los desaprensivos de turno. Planifiquemos entre todos el pre­sente para legar a nuestros hijos un prometedor futuro. Son de­masiado bonitas estas laderas como para permitir nuevos aten­tados. Se trata, en definitiva, de ser racionales y consecuentes.
Si alcanzaste este punto, no pienses que los calores veraniegos me han afectado sobremanera. Se trata de un artículo que vio la luz en el periódico El Día el 31 de julio de 1987, es decir, hace un cuarto de siglo. Al rescatarlo, vaya un cordial y afectuoso saludo para el compañero y amigo Domingo García Palmero, uno de los implicados en el proyecto del centro escolar Mencey Bentor aludido. Y una solicitud a los que 'dispongan de cuartos': tengo preparados bastantes para una posible publicación. Puedo prometer, y prometo, que los he escrito yo.

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