El pasado fin
de semana tuvo mi hijo la infeliz ocurrencia de cumplir años. 35, para ser
exactos. Lo que me lleva a exclamar: ¡Ños, qué viejo me estoy poniendo! Porque
se trata del pequeño de la casa. Agüita. La de la mayor no la digo, no sea que
me alcance dos cachimbazos.
Ahora es más
práctico, en lugar de romperte el coco pensando qué demonios –con perdón a los
de las fumatas– puedes regalarle, ir al cajero y entregarle directamente aquella
cantidad que tú estimas adecuada y pertinente y que entre en los cálculos de
las maltrechas economías familiares, máxime, como es mi caso, tratándose de un
jubilado. Dentro de los posibles, que se dice.
Y allí me fui
el sábado próximo pasado en la mañana y… ¡chiquita fiesta! Aquello parecía la
procesión del Domingo de Ramos. Aunque faltaban palmitos y sobraban asnos.
Porque si yo, que llegué demasiado tarde a esto de las nuevas tecnologías y
avances informáticos, sabía que se iba a paralizar el asiento de los potenciales
movimientos –lo venía anunciando la web de La Caixa desde varios días antes–, cómo va a ser que
esa enorme cantidad de gente joven –salió el enjambre hasta por la tele–
pensara que estaban regalando dinero. No te engaño si te comento que del que yo
acudí (oficina de CajaCanarias en La Longuera) salió un chaval (no llegaba a 20)
argumentando, con una sonrisa de oreja a oreja, que el día anterior su saldo
estaba a cero y que en ese instante había sacado 150 euros. Hombre, tampoco
comprendo el porqué la entidad bancaria permitió que este hecho ocurriera. Si no
hay, no hay. Y no me engañes o me des falsas expectativas. Cierra el negocio
–por inventario, que se mentaba antes– y el lunes comenzamos la nueva travesía.
El lunes y
martes me alongué por los alrededores de dos oficinas de la susodicha con el
ánimo de actualizar la libreta y la fiesta continuaba con el mismo esplendor
del finde anterior. En la de La Vera ocurría algo
verdaderamente curioso. En el instante en que yo asomé el hocico por la puerta,
había tres hermosas colas: la principal en dirección a las mesas donde
resignados empleados aguantaban la marabunta. Pero otras dos, no menos
espléndidas, completaban el aforo del recinto: una, hacía el cajero automático
y la segunda, al actualizador de libretas. Y como las instrucciones –esto lo
deduzco por lo que se escuchaba en el ambiente– eran diferentes a las que ya el
personal estaba acostumbrado, imagínate la película. Igualito que la Plaza de San Pedro, tú.
En la mañana
de ayer miércoles tuve que bajar a La Longuera, que como bien sabes es mi barrio de siempre.
Y el atractivo turístico persistía. Tanto que el vendedor de los cupones de la ONCE (Otilio, el de toda la
vida), que se sitúa normalmente en los alrededores de la estación de servicios
Shell, cambió su chiringuito y ubicó silla y paraguas por fuera de donde se
hallaba la potencial clientela: la antigua sucursal de CajaCanarias. Ni que
fuera bobo. A través de los cristales vislumbré que en su interior podría haber
un centenar de personas. Y pensé que tenían que haber sido muchos más de los
que imaginaba los gilipollas afectados por el supuesto regalo del cajero.
Se me
encendió la bombilla y me trasladé apenas unos metros hasta la otra oficina que
La Caixa tiene
en un edificio cercano y en la misma acera. Mi sorpresa mayúscula y morrocotuda
fue que cuando entré solo se atendía a una persona. Y no había que coger número
ni nada parecido. Es más, el que realizaba la gestión de la señora que me
precedía era David, el empleado de la otra oficina (que, por cierto, se quedará
en una en apenas unos días). Mientras esperaba, apenas un par de minutos
escasos, tuve la tremenda suerte de que llegó la otra empleada, quien me
atendió ipso facto, me tramitó la nueva libreta (la anterior estaba ya
inoperativa), me consultó si las tarjetas (débito y crédito) estaban activadas,
le di las gracias, me marché, pasé por el otro establecimiento, miré pa´dentro,
me reí, saludé a uno que me columbró y me dirigí hacia el coche gritándole:
adiós, esteee…
Seguimos
siendo un país de pandereta. ¿O no es verdad, Elfidio? Ahora estaremos unos
días con el Papa pa´rriba, con el Papa pa´bajo, nos olvidaremos de Bárcenas, de
Ponferrada y de la madre de todas las batallas. Y concluyo con esta movida del
Vaticano. Estuve escuchando la radio a partir de la fumata blanca (estaba
caminando por San Jerónimo) y todos los entrevistados coincidían en que había
sido una “erección” rápida. Pero, y esto lo pensé yo, la “eyaculación” se hizo
esperar. Las dos palabras que tú debes colocar en lugar de las entrecomilladas
riman en consonante con las mencionadas. ¡Ah!, me causó tremenda gracia el que
uno amenazara en Facebook con borrar de la lista de amigos a todos los que
hicieran comentarios ‘jocosos’ del tal Francisco. En fin, o alguno no lee lo
que escribe o no practica en carne propia lo de el que esté libre de pecado…
Y mañana
concluiremos las jornadas laborales de la semana. Creo que vamos muy deprisa.
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