Este pasado
sábado nos volvimos a dar cita en el mismo lugar de 2013. Fue, como en aquel
entonces, en Casa Yeye (Las Mercedes). Puntuales a la convocatoria, como los
maestros de toda la vida, a las dos de la tarde estaba la tropa reunida para
dar buena cuenta de la cuchipanda de rigor. Aunque los previos de los saludos
(los detalles para otro día) siempre hacen que la sentada se produzca con
tardanza de bastantes minutos. Por ello, cuando cada cual depositó sus
posaderas en el asiento pertinente, ya teníamos subsanado el 50% de los
problemas que afectan el vasto campo educativo. Lo del verbo afectar, aposta.
Como en la
presente ocasión nos abandonaron significativos elementos musicales, tuvimos
mucho más tiempo para que el claustro discurriera sin agobios y los puntos del
orden del día fueran debatidos en profundidad. Aunque no creas que se dejó en
un segundo plano las incursiones políticas, así como otros aspectos que afectan
a esta sociedad convulsa.
Algo más de
cuatro décadas posibilita que la perspectiva de los enfoques posea un amplio
campo de visión. Y los que hemos visto, mejor, hemos vivido el caminar de la
perrita, que se dice, tenemos suficientes elementos de juicio como para poner
en solfa, si menester fuere, demasiados cambios legislativos que no han hecho
sino empeorar el panorama. Porque muchos de ellos, sesgados desde su origen por
mor de ideologías del tres al cuarto, no han valido para demostrar en la
práctica los excelentes capítulos de buenas intenciones plasmados en su fondo
teórico. Puede que los redactores no se hayan enfrentado jamás a las problemáticas
que iban a combatir (y perdónenme el espíritu combativo y guerrero que pueda
imprimir a estas líneas) desde unos folios perfectamente hilvanados pero que
obviaron una circunstancia nada trivial: la realidad de una clase, de un aula,
con chiquillos armando una algarabía de no te menees y que conforman al menos
dos decenas de aconteceres bien dispares y capaces de mandar al traste las más
brillantes ideas.
Unos pocos
siguen activos por avatares diversos que les han imposibilitado alcanzar el mínimo
de años de servicio requerido para el paso a la etapa jubilosa. En el reducido
círculo, un inspector de educación. Es, o son, el nexo de unión a un ayer que
nos condicionó para siempre. Porque seguimos hablando, y mucho, del gremio. Con
una incidencia mayúscula en su intrahistoria. Y aunque somos un minúsculo grano
en este amplísimo espectro, nos sentimos protagonistas de muchos cambios. En
los que aportamos, a nuestro modesto y noble entender, ingentes dosis de
ilusión y toneladas de vocación y entrega.
Sí, palicamos
de casi todo y bastante más. Y luego, en los momentos de la reflexión, esa ojeada
retrospectiva que nos conduce, casi con total seguridad, a ratificarnos en los
planteamientos. De tal manera que si tuviéramos la ocasión de volver a empezar,
retomaríamos la senda para que la traza –como bien definiera una señora palmera
y residente en mi barrio de toda la vida– no cayera en la miseria de los
olvidos. A pesar de otras incursiones por diferentes facetas (la política
también por supuesto), seguimos sintiéndonos MAESTROS.
Dado que
generalicé con ese vocablo en mayúsculas, ahora va para ti, maestra.
Exclusivamente. En un periódico de estas ínsulas, allá por 1993, publiqué un
artículo del que extraigo este fragmento:
Tu estás por arriba de todo eso. No debes
conformarte –no puedes– con mecanismos cotidianos, con soluciones de dejar
pasar. Por arriba de toda circunstancia pasajera está una vocación a prueba de
fuego. E, incluso, es más sublime aún ese afán por lanzar a la aventura de la
vida a verdaderos hombres y mujeres, que sean capaces de dar un giro radical a
costumbres anquilosadas y mecanismos del bien quedar, que dispongan de amplias
dosis de miradas nobles, que vuelvan a tender la mano a tanto necesitado de
alimento para el espíritu, que sean dignos acreedores de esa ejemplar y
abnegada labor de su maestra.
No pierdas jamás la ilusión. Todas las modas
son pasajeras. Esta, como otras tantas, también deberá serlo. No puede ser, en
manera alguna, que se estén fraguando modelos de comportamiento. Me resisto a
pensarlo.
Por ello, permíteme, maestra, que, con toda
la osadía del mundo, pretenda inculcarte un halo de esperanza, un resquicio de
esta utopía. Sigue en el noble y bello empeño. La labor vale la pena, a pesar
de los pesares.
A esta
maravillosa casta, mi reconocimiento y afecto. A conservarse, que nos queda
mucho por contar.
El reportero
gráfico (gracias, Carricondo) me envió ayer domingo estas dos remesas que
inserto a modo de presentación. Yo los veo estupendamente. De existir algún
fallo, nos queda la opción de culpar a la que ustedes saben: la Nikon. Sean felices. ¡Ah!, y
estén atentos por si llegan más. Por mí que no quede. Y por Pepillo y Juanillo,
tampoco.
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