lunes, 16 de junio de 2014

Otra comida de la promoción

Este pasado sábado nos volvimos a dar cita en el mismo lugar de 2013. Fue, como en aquel entonces, en Casa Yeye (Las Mercedes). Puntuales a la convocatoria, como los maestros de toda la vida, a las dos de la tarde estaba la tropa reunida para dar buena cuenta de la cuchipanda de rigor. Aunque los previos de los saludos (los detalles para otro día) siempre hacen que la sentada se produzca con tardanza de bastantes minutos. Por ello, cuando cada cual depositó sus posaderas en el asiento pertinente, ya teníamos subsanado el 50% de los problemas que afectan el vasto campo educativo. Lo del verbo afectar, aposta.
Como en la presente ocasión nos abandonaron significativos elementos musicales, tuvimos mucho más tiempo para que el claustro discurriera sin agobios y los puntos del orden del día fueran debatidos en profundidad. Aunque no creas que se dejó en un segundo plano las incursiones políticas, así como otros aspectos que afectan a esta sociedad convulsa.
Algo más de cuatro décadas posibilita que la perspectiva de los enfoques posea un amplio campo de visión. Y los que hemos visto, mejor, hemos vivido el caminar de la perrita, que se dice, tenemos suficientes elementos de juicio como para poner en solfa, si menester fuere, demasiados cambios legislativos que no han hecho sino empeorar el panorama. Porque muchos de ellos, sesgados desde su origen por mor de ideologías del tres al cuarto, no han valido para demostrar en la práctica los excelentes capítulos de buenas intenciones plasmados en su fondo teórico. Puede que los redactores no se hayan enfrentado jamás a las problemáticas que iban a combatir (y perdónenme el espíritu combativo y guerrero que pueda imprimir a estas líneas) desde unos folios perfectamente hilvanados pero que obviaron una circunstancia nada trivial: la realidad de una clase, de un aula, con chiquillos armando una algarabía de no te menees y que conforman al menos dos decenas de aconteceres bien dispares y capaces de mandar al traste las más brillantes ideas.
Unos pocos siguen activos por avatares diversos que les han imposibilitado alcanzar el mínimo de años de servicio requerido para el paso a la etapa jubilosa. En el reducido círculo, un inspector de educación. Es, o son, el nexo de unión a un ayer que nos condicionó para siempre. Porque seguimos hablando, y mucho, del gremio. Con una incidencia mayúscula en su intrahistoria. Y aunque somos un minúsculo grano en este amplísimo espectro, nos sentimos protagonistas de muchos cambios. En los que aportamos, a nuestro modesto y noble entender, ingentes dosis de ilusión y toneladas de vocación y entrega.
Sí, palicamos de casi todo y bastante más. Y luego, en los momentos de la reflexión, esa ojeada retrospectiva que nos conduce, casi con total seguridad, a ratificarnos en los planteamientos. De tal manera que si tuviéramos la ocasión de volver a empezar, retomaríamos la senda para que la traza –como bien definiera una señora palmera y residente en mi barrio de toda la vida– no cayera en la miseria de los olvidos. A pesar de otras incursiones por diferentes facetas (la política también por supuesto), seguimos sintiéndonos MAESTROS.
Dado que generalicé con ese vocablo en mayúsculas, ahora va para ti, maestra. Exclusivamente. En un periódico de estas ínsulas, allá por 1993, publiqué un artículo del que extraigo este fragmento:
Tu estás por arriba de todo eso. No debes conformarte –no puedes– con mecanismos cotidianos, con soluciones de dejar pasar. Por arriba de toda circunstancia pasajera está una vocación a prueba de fuego. E, incluso, es más sublime aún ese afán por lanzar a la aventura de la vida a verdaderos hombres y mujeres, que sean capaces de dar un giro radical a costumbres anquilosadas y mecanismos del bien quedar, que dispongan de amplias dosis de mira­das nobles, que vuelvan a tender la mano a tanto necesitado de alimento para el espíritu, que sean dignos acreedores de esa ejemplar y abnegada labor de su maestra.
No pierdas jamás la ilusión. Todas las modas son pasa­jeras. Esta, como otras tantas, también deberá serlo. No puede ser, en manera alguna, que se estén fraguando mode­los de comportamiento. Me resisto a pensarlo.
Por ello, permíteme, maestra, que, con toda la osadía del mundo, pretenda inculcarte un halo de esperanza, un resquicio de esta utopía. Sigue en el noble y bello empeño. La labor vale la pena, a pesar de los pesares.
A esta maravillosa casta, mi reconocimiento y afecto. A conservarse, que nos queda mucho por contar.
El reportero gráfico (gracias, Carricondo) me envió ayer domingo estas dos remesas que inserto a modo de presentación. Yo los veo estupendamente. De existir algún fallo, nos queda la opción de culpar a la que ustedes saben: la Nikon. Sean felices. ¡Ah!, y estén atentos por si llegan más. Por mí que no quede. Y por Pepillo y Juanillo, tampoco.




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