jueves, 26 de noviembre de 2015

No me fastidies, Manolo

Ayer por la tarde, próximo a las ocho y media, que hubiese dicho mi madre de estar con nosotros, se reunieron varios concejales del equipo de gobierno del ayuntamiento de Los Realejos en una conocida cafetería de una gran superficie (se predica con el ejemplo) para comentar de manera distendida las opiniones que se escuchan por el pueblo acerca de las desapariciones del alcalde. Al rato de haber iniciado la conversa, y cuando estaban dilucidando el cómo evitar la cada vez más notoria capacidad de propagación de un medio subversivo –en clara alusión a este blog–, los sorprende el señor Domínguez (quien había sido avisado por los vigías de turno apostados en El Monasterio).
Con evidentes caras de circunstancias, lo invitan a tomar asiento para que se eche su leche y leche. Tras las mentiras de rigor, de parte y parte, desaparece (verbo escafidir, lenguaje muy coloquial) de la escena casi todo el elenco de actores (y actrices), quedándose solos (que se las arreglen) en la platea (o donde sea, da lo mismo) Adolfo y Manolo, Manolo y Adolfo, los auténticos protagonistas de este entremés. En verso, al más puro estilo de los genios clásicos, salvando las distancias, líbreme Dios.
Siento defraudarles porque solo tuve acceso a un fragmento muy similar a lo acontecido con don Juan y doña Inés. ¿O no es verdad, ángel de amor?

No me fastidies, Manolo,
con tantas delegaciones,
son muchas las ocasiones
en que me encuentro muy solo.
Trabajo más que Bartolo,
el de la flauta del cuento,
mi cabreo va en aumento
pues cada vez vienes menos,
voy hacia abajo y sin frenos
y un día de estos reviento.

Adolfo, no te molestes
y piensa en tu promoción,
bendice cada ocasión
cuando en la noche te acuestes.
Si tú vas echando pestes,
Noelia ya pide paso,
tú sabes que en todo caso
yo soy el que aquí dirige
y en este partido rige
como sabes el dedazo.

Con discursos no me vengas
y en el Realejo pensemos,
porque a las gentes ya vemos
molestos con las arengas.
No les importa que tengas
muchos calderos al fuego,
y que tomes como un juego
tantas idas y venidas
con tareas compartidas
para bien nutrirte el ego.

No me gusta, bien lo sabes,
que me traten por las bravas,
ni que nadie ponga trabas
al discurrir de mis naves.
No quiero que tú me alabes
pero me debes respeto,
pues si en esto no te meto
serías mero docente,
sin tener otro aliciente
que lidiar mucho paleto.

Tus ambiciones te ciegan
y ves en mí tu enemigo,
cuando yo solo te digo
que votos no se trasiegan.
Si las plantas no se riegan
con el tiempo se marchitan
y si del campo se quitan
elementos que dan vida,
la batalla está perdida
y al entierro te concitan.

Te falta mucho rodaje,
estimado Adolfo mío,
para que ganes en brío.
debo seguir con mi encaje.
No te cobraré peaje
por cargos accidentales,
te serán fundamentales
cuando vuele yo más alto,
que buenos riegos de asfalto
abren puertas principales.

Cuando se bajó el telón, debía ser cerca de la medianoche. Puede que no les haya dado tiempo de quemar los últimos cartuchos. Ni siquiera quedaron para la próxima porque al segundo le restaban aún tres días como delegado, por decreto.
Todos se removieron en sus asientos en la vuelta a casa (esta vez sin zeta). Iban despacio, con una marcha superior a la normal. Y para sus adentros dijéronse no tenerlas todas consigo. Algo se mascaba en el ambiente, desde la Cruz del Castaño a San Vicente. Mucho se escucha ahí afuera, desde Icod el Alto a Toscal-Longuera. Existe una sensación extraña, desde Tigaiga hasta La Montaña…
Hasta mañana, viernes otra vez. Cómo pasa el tiempo.

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