Tuve un fin
de semana bastante ocupado y cuando retomo la manía de informarme de lo que
acontece por esos mundos, me entero de que vuelve a haber movida en torno al
puerto del Puerto. Ese que unos cuantos indocumentados se empeñan en que sea
capaz de soportar el atraque de cruceros de muchos pisos, infinitos turistas
con la pasta cayéndosele de los bolsillos y tantos metros de eslora que la popa
se halle a la altura de la que fue playa de Julián, en Punta Brava, y la proa
en la linde con la Villa, allá por El Bollullo. Acomodo orientativo, claro
está, porque dependemos de mareas, corrientes y estado de la mar. Y de los
exabruptos de los organismos patógenos.
Lo malo es
que las instituciones, y los políticos que las rigen, no se han destacado por
su buen hacer en este ya demasiado largo proceso. Entiendo, por ello, que la
gente esté cansada, harta. Y crea que la tardanza supone un desagravio. Se
aprovecha la ocasión para mezclar en el cóctel explosivo cuantos más
ingredientes mejor. Como en todos los ríos revueltos, siempre estará el
espabilado de turno para intentar obtener toda la rentabilidad posible.
La presencia
de Carlos Alonso en el Consistorio portuense fue momento propicio para los
instigadores. Leí que la concentración en El Penitente fue debidamente orquestada
por (in)determinado medio, o cuarto, de comunicación. Como siempre, añado. Y
mis informadores, que los tengo, me habían advertido la pasada semana que desde
un emisora de radio pública se dedicaron a echarle sal al asunto para que
estuviera bien sazonado.
Como es
conocido, el gobierno de Puerto de la Cruz lo conforma el pacto PP-CC. Los
ediles de Coalición Canaria, o suspendidos de militancia, ya sufren de lo lindo
por el mero hecho de tener que cobrar cada fin de mes. Los populares nadan al
ritmo que marca su entrenador realejero. Y se dejan ir con las olas. Vamos, que
pintan menos que la
Ciciolina en el Concilio de Trento.
Ayer en su
blog, el amigo Salvador García se lamentaba porque, ese era el título de su
comentario, “los portuenses no somos así”. Frase que no es la primera vez que
utiliza. Y que, así lo creo, condensa el parecer y la manera de actuar de la
inmensa mayoría de la población de la ciudad. Gente noble, respetuosa y que
recurre al diálogo para salvar diferencias. Como debe ser la seña de un pueblo
ilustrado.
Hay que
contar, no obstante, que siempre estará el reducido grupo de energúmenos que
invita a la escandalera, cuando no a otras acciones merecedoras de la mayor de
las repulsas. Y en este triste y lamentable espectáculo existe un responsable
con alta cuota de culpabilidad: un paisano que duerme a la sombra de Tigaiga, defensor
a ultranza de Puerto de la Cruz, que ningunea a Lope Afonso hasta el punto de
dejarlo en el más espantoso de los ridículos. Y consintiendo, además, que desde
la muy noble e histórica Villa de Viera se viertan, y se consientan, soflamas
que soliviantan al personal. Apliquemos la Ley del Talión y que no quede títere con cabeza.
Los culpables
del ostracismo y del estado lamentable en que se halla Puerto de la Cruz en estos
momentos no hay que buscarlos en Santa Cruz. Lugar en el que convergen iras,
lamentos y desazones. No, los autores del drama se refugian en cómodos sillones
de elegantes despachos en los aledaños de la Plaza de Europa. Que preocupados por conservarlos
se amparan, cuando no protegen, a los cuatro radicales que abanderan el odio y
el resentimiento.
Bien haría el
alcalde portuense en ponerse en su sitio. Y hacer lo propio con el que por
ahora se debe. Que le toma el pelo como hace con los grupos de la oposición en
mi pueblo cuando le queda un rato libre. Así entiende el todopoderoso
presidente el tema de la participación. Por la zona alta y por los callaos. Es
su pluralismo muy singular.
Días atrás,
los portavoces de los grupos realejeros aludidos (PSOE, IU y CC) convocaron una
rueda de prensa para denunciar la utilización espuria de unas jornadas de
participación ciudadana sin contar con nadie. Yo me lo guiso y yo me lo como.
Es el proselitismo fotográfico de quien extiende con total desparpajo sus rejos
por el pueblo –qué digo, por los pueblos– cual pulpo a la vinagreta. Por ello
lo imita hasta el punto de erigirse, como lo hizo en su día otro ranillero y
molusco cefalópodo de toda la vida, y con la ayuda inestimable de advenedizos
en el gremio reporteril dicharachero, en otro inspector Gadget.
Caerá la
palmera orgullosa. Me apena que se lleve por delante la labor de casi treinta
años de una casa por la que sentí admiración tiempo atrás y en estos momentos
profunda lástima. La prepotencia es mala consejera. Sigamos criando cuervos. Potenciemos
la carroña. Es, sin duda, lo que el Puerto necesita para su revitalización.
Entre todos
lo mataron y él solito se murió. De aquellos polvos…
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