Ayer fue un
día de sobresaltos. A Mario Conde lo detienen porque se empeñó en traer a
España un montón de dinero que supuestamente había mangado a Banesto y que
tenía depositado por esos mundos. Pensó el buen hombre que era hora de hacer
caso a Montoro y regularizar ese notorio caudal. La acción es loable. Si delito
es llevárselo a paraísos fiscales, debería premiarse la acción contraria. Yo
hubiese permitido relajar la investigación y dejar que volviera hasta el último
céntimo. Y después lo volvería a nombrar doctor honoris causa en una facultad
de económicas de cualquier universidad española. De cárcel, por supuesto, nada
de nada. Si ya fue condenado a veinte años y al poco tiempo andaba por Europa
juntando la calderilla, lo que se merece es un aplauso.
En este país
de pandereta, en funciones desde finales de octubre, sale un ministro un día a
los medios de comunicación y suelta esta perla: “Quien aparezca en los papeles
de Panamá debe salir a justificarlo”. Y cuatro días después –¿intuía algo?–
proclama que le deben aclarar si se trata de esa nación o de Bahamas. Es justo
reconocer que Soria es hombre de suerte. Ha llevado una trayectoria a caballo
entre lo público y lo privado tan larga como polémica.
Como un
digital ilustraba la noticia de su aparición en los famosos papeles con la foto
que hoy me vale de soporte para este comentario, no sé si la presencia del otro
personaje tiene su origen en el aparente paralelismo en la dualidad
empresario-político que tanto se lleva en el Partido Popular. Con lo que el
peligro de confusión es más que evidente. Espero que los siguientes en la
lista, porque esto parece no tener fin, no sean de mi pueblo.
Aunque
también acometemos acciones que confunden al ciudadano. El alcalde sigue
empeñado en comprar una nave industrial abandonada del Polígono de La Gañanía que es propiedad
de un señor que tiene acumulada una deuda con la hacienda local de unos
ochocientos mil euros. Información que ha sido publicada en varias ocasiones
sin que nadie lo haya desmentido. Así que no carguen culpas con este humilde
bloguero.
El segundo de
a bordo, Adolfo González, sostuvo no ha tanto que jamás se compraría un salón
privado para uso público. Lo que significará, entiendo, que aboga por la
propuesta que han lanzado IU y PSOE acerca de que se construya en terrenos
municipales una instalación que acoja todo el material que ahora se halla en el
barrio de Barroso y que tantas molestias está causando al vecindario. Pero su
actual silencio se vislumbra como ejercicio tangible de complicidad con las tesis
de su jefe inmediato. O dicho en román paladino: Donde manda capitán…
Si tú o yo
debemos al ayuntamiento unos recibos, ponle el cuño de que nos caen arriba con
todo el peso de la ley y pagamos por las buenas o por las malas, recargos
incluidos. Pero si la cantidad adeudada asciende a unos ochocientos mil euros,
ipso facto pasamos a formar parte del grupo de los privilegiados. Sí, tanto
debes, tanta categoría ostentas y cuanto trato preferencial mereces. Poderoso
caballero don dinero, para entendernos. Yo te adquiero la nave, tú quedas en
paz con la conciencia deudora y…
Y después
viene lo bueno. Porque las reformas que se deberán acometer para adecuar el
edificio a los usos previstos, supondrá un incremento tal que si el Consistorio
se hubiese decantado por la fórmula que los grupos políticos precitados
proponen, lo mismo podríamos disfrutar de unas dependencias tan holgadas como
eficaces. Nuevas, flamantes, espaciosas, adecuadas.
Son las
cabezonerías de que todo lo privado funciona mejor. Al alumbrado público me
remito. Y la empresa que gestiona su mantenimiento guarda estrecha relación con
el apellido Soria. ¿Casualidades? Qué va, no seas mal pensado.
En un
municipio que tiene una tasa de paro impresionante, su alcalde opta por el
recurso de premiar a un defraudador. La posibilidad de que se pueda contratar
con una empresa local la construcción que se deja mencionada no entra en los
cálculos de la autoridad. Hay que cumplir con los nuestros. Como ocurrió en la
zona de Los Príncipes en Realejo Bajo. Nosotros, alegarán, no tenemos
competencias en cuestiones de trabajo. Pero sí para darle ídem a todos los
concejales para que luzcan palmito, se rodeen de asesores, se fotografíen y se
establezcan cómodos horarios.
A la par,
entre empresas municipales y privatizaciones, las funciones disminuyen –lo que
facilita reuniones partidarias en cualquier momento del día– pero no el sueldo
asignado. El rendimiento se mide en retratos del bien quedar. Si nos sobran
euros porque no acometemos lo que el pueblo necesita y demanda, presumiremos de
buena gestión –qué incongruencia– y añadiremos unos kilos de piche a nuestro
plan de barrios. Ostentaremos presidencias de patrimonios de no sé qué,
mientras el nuestro se halla por los suelos o como mucho a la altura del betún.
Y qué contarte de las entradas y salidas de la población.
¿Y no ves
nada bueno? Poco, muy poco, porque el mantenimiento de los servicios esenciales
es norma de obligado cumplimiento. Aunque nos hayan acostumbrado a que se
califique como éxitos de una labor encomiable. Eso sí, felicidades por la
mercadotecnia.
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