martes, 24 de mayo de 2016

Idéntico tratamiento

Cuando uno ya no pinta canas, síntoma evidente de su avanzada edad, cree haber visto y vivido unas cuantas situaciones que le hacen acreedor, cuando menos, a opinar. Y en ello estoy desde 1987, año en que abandoné la política activa y me dediqué a garabatear cuatro líneas que enviaba a periódicos. Etapa que también quedó atrás hasta que descubrí este más cómodo procedimiento que me brinda el maravilloso invento de Internet y su amplísimo abanico de posibilidades.
Observo atónito cómo Podemos nos vende la honorabilidad de quien fuera candidata por la provincia oriental, la jueza Rosell, ante lo que ellos consideran ataque despiadado del exministro Soria y parte de su propio gremio (el judicial). La presunción de inocencia, principio jurídico penal que la establece como regla hasta que una sentencia firme dicte una condena, no seré yo quien se la niegue. Pero puestos a medir, sería gratificante que quienes predican la ejemplaridad en sus actuaciones y reniegan de todo lo habido, sean ecuánimes en el trato dispensado cuando el sospechoso milita en otros predios. Porque situaciones pretéritas similares no han sido tratadas con la misma vara de medir. Y cuando yo quiero presentarme ante el mundo como el adalid del bien hacer, habré de ser bastante comedido en mis actuaciones pues me estarán mirando con lupa para cazarme a la más mínima. El poner el listón bien alto –loable en grado sumo– supone transparencia, modelo, espejo.
Leo y escucho duros comentarios, aderezados con calificativos nada sutiles, que estamos ante una cacería política, un engaño, una trampa, una puesta en funcionamiento de la maquinaria del fango, unas declaraciones amañadas y otros dardos de mayor o menor calibre. Vale, si la táctica de la defensa debe pasar por ahí. Admitamos que es el denunciante el que yerra. Pues deberá ser la Justicia la que ponga las cosas en su sitio. Y feo está que un servidor se los indique. ¿O es, acaso, que la magistrada nos intenta señalar que, salvo en su exquisito quehacer, por los entresijos de los juzgados circula demasiada porquería?
Al decir de los mismos medios que ponen en solfa los avatares intramuros de los palacios de justicia, sentencian la intachable conducta ética de la excandidata y aprecian su lección de compromiso al echarse a un lado en esta nueva convocatoria electoral. No, no y no. Los códigos se elaboran con una finalidad bien determinada. Y aguantar hasta el último minuto da a entender que en un tris estuvieron de enviarlo a la papelera de reciclaje.
No me está gustando el andar de la perrita cuando se trata de aplicarse las medicinas que tanto reclaman para el vecino. Porque yo, que fui casta (ahora ando asaz indefinido), podría sospechar de tales procederes. Máxime cuando las reiteradas contradicciones ideológicas, unido a un totum revolutum de matrimonios por conveniencia, no me auguran la suficiente serenidad. Ni personal ni colectiva. Tanto vaivén me tiene descontrolado. Y los zigzagueos me generan desconfianza.
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Idéntico tratamiento exijo a los que se empachan con la tan cacareada tarifa única. O plana, por similitud con las de las operadoras telefónicas. Destaca sobremanera el singular Casimiro. Que responde ante cada nuevo caso judicial (debe tener acumulados varios legajos, algunos a la espera de que prescriban para general regocijo de uno de los poderes del Estado) con una avalancha de iniciativas parlamentarias que puedan compensarle la posible pérdida de votos ante cualquier revés en forma de sentencia.
Sin concretar medidas al respecto, todos nos lanzamos a la piscina. Culo veo, culo quiero. Sin consultar a los jubilados –¿cuántos somos?– si la buena nueva les favorece. Porque todos los viajes interinsulares que he realizado en estos últimos años me han salido más baratos que esos 30 euros por trayecto. El último, a Lanzarote. Que está un montón de kilómetros más al este.
A los gomeros les hace falta levantar la cabeza un fisco. Y plantearle al presidente del cabildo que ponga en práctica lo que demanda a otros organismos. Para que el vecino de Gran Rey venga al médico a La Villa y le cueste lo mismo que el que acude desde Hermigua o Agulo. Eso, idéntico trato. De no ser así, rompamos la baraja.
La cesta de la compra será asunto para otro momento. Porque puestos en la disyuntiva, señor Curbelo, podría ser, asimismo, tema para debatir. Como usted casi vive en Tenerife, puede llevar lleno el maletero del coche. Amén de que viaja gratis.
¿Qué les parece si nos volvemos a ver mañana? De acuerdo, por mí que no quede.

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