Cuando uno ya
no pinta canas, síntoma evidente de su avanzada edad, cree haber visto y vivido
unas cuantas situaciones que le hacen acreedor, cuando menos, a opinar. Y en
ello estoy desde 1987, año en que abandoné la política activa y me dediqué a
garabatear cuatro líneas que enviaba a periódicos. Etapa que también quedó
atrás hasta que descubrí este más cómodo procedimiento que me brinda el
maravilloso invento de Internet y su amplísimo abanico de posibilidades.
Observo
atónito cómo Podemos nos vende la honorabilidad de quien fuera candidata por la
provincia oriental, la jueza Rosell, ante lo que ellos consideran ataque
despiadado del exministro Soria y parte de su propio gremio (el judicial). La
presunción de inocencia, principio jurídico penal que la establece como regla
hasta que una sentencia firme dicte una condena, no seré yo quien se la niegue.
Pero puestos a medir, sería gratificante que quienes predican la ejemplaridad
en sus actuaciones y reniegan de todo lo habido, sean ecuánimes en el trato
dispensado cuando el sospechoso milita en otros predios. Porque situaciones
pretéritas similares no han sido tratadas con la misma vara de medir. Y cuando
yo quiero presentarme ante el mundo como el adalid del bien hacer, habré de ser
bastante comedido en mis actuaciones pues me estarán mirando con lupa para
cazarme a la más mínima. El poner el listón bien alto –loable en grado sumo– supone
transparencia, modelo, espejo.
Leo y escucho
duros comentarios, aderezados con calificativos nada sutiles, que estamos ante
una cacería política, un engaño, una trampa, una puesta en funcionamiento de la
maquinaria del fango, unas declaraciones amañadas y otros dardos de mayor o
menor calibre. Vale, si la táctica de la defensa debe pasar por ahí. Admitamos
que es el denunciante el que yerra. Pues deberá ser la Justicia la que ponga las
cosas en su sitio. Y feo está que un servidor se los indique. ¿O es, acaso, que
la magistrada nos intenta señalar que, salvo en su exquisito quehacer, por los
entresijos de los juzgados circula demasiada porquería?
Al decir de
los mismos medios que ponen en solfa los avatares intramuros de los palacios de
justicia, sentencian la intachable conducta ética de la excandidata y aprecian
su lección de compromiso al echarse a un lado en esta nueva convocatoria
electoral. No, no y no. Los códigos se elaboran con una finalidad bien
determinada. Y aguantar hasta el último minuto da a entender que en un tris
estuvieron de enviarlo a la papelera de reciclaje.
No me está
gustando el andar de la perrita cuando se trata de aplicarse las medicinas que
tanto reclaman para el vecino. Porque yo, que fui casta (ahora ando asaz
indefinido), podría sospechar de tales procederes. Máxime cuando las reiteradas
contradicciones ideológicas, unido a un totum
revolutum de matrimonios por conveniencia, no me auguran la suficiente
serenidad. Ni personal ni colectiva. Tanto vaivén me tiene descontrolado. Y los
zigzagueos me generan desconfianza.
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Idéntico
tratamiento exijo a los que se empachan con la tan cacareada tarifa única. O
plana, por similitud con las de las operadoras telefónicas. Destaca sobremanera
el singular Casimiro. Que responde ante cada nuevo caso judicial (debe tener
acumulados varios legajos, algunos a la espera de que prescriban para general
regocijo de uno de los poderes del Estado) con una avalancha de iniciativas
parlamentarias que puedan compensarle la posible pérdida de votos ante
cualquier revés en forma de sentencia.
Sin concretar
medidas al respecto, todos nos lanzamos a la piscina. Culo veo, culo quiero.
Sin consultar a los jubilados –¿cuántos somos?– si la buena nueva les favorece.
Porque todos los viajes interinsulares que he realizado en estos últimos años
me han salido más baratos que esos 30 euros por trayecto. El último, a
Lanzarote. Que está un montón de kilómetros más al este.
A los gomeros
les hace falta levantar la cabeza un fisco. Y plantearle al presidente del
cabildo que ponga en práctica lo que demanda a otros organismos. Para que el
vecino de Gran Rey venga al médico a La Villa y le cueste lo mismo que el que
acude desde Hermigua o Agulo. Eso, idéntico trato. De no ser así, rompamos la
baraja.
La cesta de
la compra será asunto para otro momento. Porque puestos en la disyuntiva, señor
Curbelo, podría ser, asimismo, tema para debatir. Como usted casi vive en
Tenerife, puede llevar lleno el maletero del coche. Amén de que viaja gratis.
¿Qué les
parece si nos volvemos a ver mañana? De acuerdo, por mí que no quede.
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